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En el Instituto del Deporte Japonés |
En esta ocasión tocaba una visita seria y de trabajo a un país del que me habían hablado mucho: Japón. Nunca antes lo había visitado y eso hacía mi viaje más atractivo. Estando sentado en el avión me moría de ganas por llegar. El vuelo son 11 horas desde Auckland a Tokio, y para el tipo de vuelos que normalmente me tengo que ¨comer¨, esto era una siestecita de nada. Japón siempre ha estado situado muy alto en el ránking de mis preferencias en cuanto a países por querer visitar. Pero debido a su localización y sobre todo a su alto coste, siempre lo dejaba para otra ocasión. Esta vez eso se acabaría y finalmente iba a poder experimentar por mi mismo la cultura japonesa.
¡Sorpresa!
El plan era sencillo. 2 semanas: en las que 4 días los pasaría en el Instituto Japonés del Deporte trabajando con los equipos de natación y triatlón, y otros 4 días en la Copa del Mundo de Tokio con varios nadadores neozelandeses. Entre medias, tendría 3-4 días libres para mí. Llego al aeropuerto de Tokio y veo que tengo varias llamadas perdidas en el móvil. Llamo al jefe a ver qué pasa. “Oye Antonio, que los 3 nadadores que iban a viajar a Japón están enfermos, por lo que se van a quedar aquí en Nueva Zelanda. Siento el contratiempo, pero no va a haber nadie del equipo en la Copa del Mundo”. Me paro y pienso: Esto supone que, una vez que termine en el Instituto del Deporte, tendré una semana en Japón sin nada que hacer. Cojo el teléfono y le digo al jefe: “Está bien, pero que no se vuelva a repetir. Que sea la última vez que me dejáis aquí solo en Japón con una semana entera para mí y con todo pagado, eh?”. En ese instante, sabía que mi viaje iba a cambiar radicalmente.
Las primeras andadas...
Los primeros días fueron geniales en el Instituto del Deporte. Satomi y Yukiya, mis anfitriones, saben cómo tratar a la gente que vienen de fuera. Encantadores. Y los deportistas aún más. Un verdadero placer trabajar con ellos. Estos 4 días se me pasaron volando y antes de lo esperado mi semana libre comenzaba. Parecía que iba a ser fácil el viajar por Japón, a pesar de todas las advertencias que había recibido en cuanto al idioma y demás. La primera noche, me empezaría a dar cuenta de la realidad. Había ido a correr, por lo que quería cenar algo de hidratos de carbono para recuperar energías. Pienso: hoy vamos a por la opción fácil, un italiano. Entro por la puerta y me sientan de cara a la pared. Se ve que aquí en Japón no tienes derecho a una mesa si vienes solo. Le pido la
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Pizza? |
carta. Evidentemente, no espero que venga en inglés pero esta no trae ni fotos ni algo que pueda leer, sólo símbolos. Se me viene a la cabeza: a ver, algo con nombre internacional que me puedan entender… ¡Pizza! Y la camarera me señala una página. Esta vez, te he ganado Japón. Con una pizza no me voy a equivocar. Elijo la más cara, como paga el curro… Al rato me la traen… no puede ser… ¡la de roquefort! La única que no me gusta. Con el hambre que traigo me la termino por comer. Está bien Japón… 1-0.
Barrio de Shinjuku
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Ehm... la salida? |
Los días siguen en la capital. Esta noche me dirijo al famoso barrio de Shinjuku. Por lo visto, la estación de metro es la más transitada del mundo, con unos 3.5 millones de pasajeros al día. Verás tú el follón. Llego y no es para menos, ¡que de gente! Y todo el mundo corriendo de un lado para otro. Imposible ni siquiera pararte a leer las indicaciones… la masa literalmente “te come”. Y ahí estoy yo intentando encontrar la salida que me deja más cerca de donde yo quiero ir. La mayoría de los carteles están en japonés, por lo que encontrar uno en inglés lleva su tiempo, y uno en inglés que indique para donde tú quieres ir, todavía más. Sigo dando vueltas y nada, no soy capaz de dar con la salida. De hecho, no he visto aún ninguna salida. Sigo andando… por fin encuentro los tornos para pasar el billete. Bueno, algo es algo. Ahora me encuentro en una mega estación con doscientas mil tiendas pero con el mismo problema: ¿Cómo encuentro la salida que quiero? Al rato, desisto. Me da igual la salida ya, quiero salir a la calle y punto. Pero sigo dando vueltas en vano. Estoy hasta los huevos ya, paro a un japonés jovencillo y le pregunto: “Perdona, ¿para irme a la puta calle?” Me acompaña un rato y ya me indica. Muy majetes los japoneses, ni idea de inglés pero te ayudan con todo. Yo creo que es la primera vez en mi vida que le doy las gracias a alguien por mandarme a la calle. Las cosas que le pasan a uno… Ni que decir tiene, que la situación en la calle no mejoró. Gente por todos lados y bicis. Cientos de bicis por todos sitios: por la acera, por el césped, por la carretera,… son las dueñas de la ciudad. Otro de los aspectos que me llama mucho la atención en Japón es
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Shinjuku de noche |
el tema váter. Por un lado tenemos el mega avanzado váter futurista típico de hoteles con el chorrito de agua que te limpia él solo, con la taza del váter térmica para que no tengas frío cuando te sientas y demás polladas. En cambio, como la necesidad te pille en plena calle o en una zona no muy industrializada, lo que te espera es un boquete en el suelo. Está claro que aquí en Japón no existe el término medio. Aunque bueno, lo mejor es que aquí en Japón el curro paga los cubatas. Porque, con los tickets en japonés, a ver cómo van a saber si lo que me he tomado son 2 cafés o 3 “jotabés”. Lástima que esté en plena puesta a punto para el Kepler Challenge, carrera que corro en 3 semanas y para la que he estado entrenando los últimos 11 meses. No es plan de echarlo todo a perder ahora.
Barrio de Shibuya
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Cruce de Shibuya |
Siguen pasando los días y hoy me dirijo al barrio de Shibuya, el barrio de la moda en Tokio. Los japoneses son muy “fashion” por así decirlo. Les gusta mucho el ir medio disfrazado por la calle y con cortes de pelo chungos. Este barrio está lleno de tiendas de moda y de metro-sexuales por la calle. O mejor dicho, medio-metro-sexuales porque son tela de bajitos, tronco. Me encanta eso de entrar en el vagón del metro y ser el más alto y que la gente se acojone cuando empujas. Lo que no me gusta tanto es cuando vas a mear y el orinal te llega a la altura de la rodilla, pero bueno. Todo no puede ser perfecto. Total, ahí estoy yo en medio del barrio de moda con unos vaqueros y una camiseta. Totalmente atrasado en el tiempo para lo que se lleva hoy en día en Japón. Pero para mi sorpresa, estando en el famoso cruce de Shibuya (ese que sale en tantas pelis) se me acerca un nota con gafas de pasta y perilla. Yo pienso: Éste es palomo cojo, fijo. Me comenta: “Hola mira, estamos buscando modelos para una promoción nueva una firma de ropa japonesa, y me gustaría saber si te interesa”. Yo, paralizado, me quedo callado sin saber que cojones decir. Ya tiene que estar la cosa chunga de modelos aquí para que me ofrezcan a mí un trabajo de esto. Lo miro y le digo: “Mira, no creo que podáis pagarme mi caché como modelo. Además, me voy de Tokio mañana”.
Fuera de Tokio
Después de varios días en la capital, me encuentro un poco cansado de las aglomeraciones, las prisas y demás por lo que decido visitar otras zonas del país. Como no tengo muchos días, toca elegir. Opto por Kyoto e Hiroshima. Al llegar a esta última, me noto un dolor enorme en el tendón de Aquiles. Como no quiero forzar el tobillo, decido alquilar una bici para recoger la ciudad. La piva del hotel me dice, espera que te explico las normas que seguimos aquí en Japón para conducir las bicis. La miro a los ojos y le digo: “No te preocupes, esas normas ya me las sé yo. Aquí básicamente se conduce por donde te salga de los cojones”. Me mira y sonríe. Típico japonés. Son correctos y amables digas lo que digas. Me gusta Japón.
1 comentario:
Looks like a cool place to work
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